lunes, 7 de noviembre de 2011

Sapo de otro pozo


“Sapo de otro pozo” es una expresión corriente en el lenguaje argentino, que significa básicamente estar en el lugar equivocado, o, mejor dicho, estar en un lugar al que uno no pertenece.
Definitivamente uno “no pertenece” al cualquier lugar: puede transitar diversos lugares, puede de a ratos hasta establecerse en ellos, caminar sus calles, frecuentar sus bares, saludar su gente, pero nada de eso es “pertenecer” hasta que no pasan otras cosas. Qué diferencia hay entre por ejemplo caminar las calles de un lugar al que uno pertenece y las de uno que no?
Cuando uno camina calles “ajenas” las camina sin afectividad, da lo mismo caminar unas calles que otras…por eso tienden a parecernos que son todas iguales: ninguna referencia a la historia personal nos liga con esas calles, ninguna clase de afectividad, ninguna experiencia particular. Las calles se vuelven en cambio “propias” cuando uno las ha frecuentado y tiene con ellas un diálogo interno: las lleva “adentro”, por así decirlo…
Así, la experiencia de pertenecer, se ser parte, de sentirse parte, no tiene que ver con los lugares, tiene que ver con uno: es “yo” que se sitúa en un espacio y se apropia de él.
Pero cuando la siempre consapébole experiencia popular dice “sapo de otro pozo”, difícilmente se refiera al paisaje: habitualmente se refiere a la experiencia de “no ser parte” de un grupo o de una cultura. Algo así como la paráfrasis de “yo no tengo nada que ver con esta gente”.
El “sapo de otro pozo” es ante todo una experiencia social: la de un sujeto que es/se siente ajeno a un grupo con el que más o menos circunstancialmente tiene que pasar el rato.
Y yo en todo esto tengo una larga experiencia: nací en el pozo equivocado, crecí en el pozo equivocado, me educaron en el pozo equivocado, aprendí a socializarme en el pozo equivocado…y cuando más menos me había empezado a considerar parte del pozo (y esto me llevó un buen tiempo) tuve que cambiar de pozo a uno todavía más extraño y ajeno, cuando decidí casarme con un ítalo-austríaco e irme a vivir al Tirol, como todos saben.
(A veces creo que llevo la ajenitud en la sangre, en el ADN, en la configuración molecular o en alguna otra parte de la existencia que todavía no entiendo…pero sin drama lo digo, con la misma desafectación con la que digo mi nombre.)
No obstante haberme mudado hace 5 meses a vivir acá, mi marido se tuvo que ir a hacer un documental a Guatemala y me pidió el favor de reemplazarlo en una reunión con el Centro de Estudios Históricos. El tema de la reunión era la historia -por supuesto- de un documento medieval (al parecer muy importante en la legislación trentina). Nos pidieron hacer una animación en 3D de esta historia, una suerte de cartoon. Mi cómpito era presentar los personajes y mostrar la animación que habíamos hecho hasta el momento. A mí –que, a esta altura no distingo los límites entre lo que soy capaz de hacer y lo que no- no me parecía una tarea difícil y la acepté gustosa, obviamente sin considerar mi objetiva condición de “sapo de otro pozo”.
Pero cuando el sapo no es del pozo, el pozo se encarga de hacérselo saber de las maneras más crueles. Cuando llegué a la reunión me encontré con un grupo de gente impecable, gris, planchadísima, con ropa nueva, tecnología nueva, que hablaban correcta y técnicamente, con modales delicados, voz baja. Eran todos hombres excepto una mujer de pelo corto, de unos 50 años, sin teñir, vestida íntegramente de negro, con una pollera por la rodilla, zapatos bajos y totalmente desprovista de maquillaje…entre monja y académica: un insulto a la femineidad. Nadie logró disimular su desconcierto cuando llegué –tarde y mojada por la lluvia- montada sobre unos tacos de 15 cm., con mi blondíssima cabellera larga hasta la cintura, con los jeans ajustadísimos y un abrigo azul eléctrico, y saludé pidiendo disculpas en una lengua jeringosa que oscilaba entre el español rioplatense, un italiano con reminiscencias del latín vulgar en transición al catalán y alguna inexplicable evocación de la fonética rusa en las sonoras fricativas.
Me presentaron como “la esposa de…”, una feliz conquista para una que vivió toda su vida en anarquía conyugal…”heheh” contesté.
Estaban todos hablando en un italiano incomprensible, en un tono bajísimo y miraban mapas, líneas temporales, gráficos, documentos en alemán antiguo y decían cosas al respecto…creo.
Después me tocaba a mí. Lo primero que dije fue: “scusate mi italiano, per favore…parlo benissimo…ma lo spagnolo”. A lo que todos contestaron “heheh”.
Luego comencé a presentar las caricaturas de sus héroes nacionales, a medida que veía las caras grises de los historiadores desvanecerse, desarmarse, tornarse una mueca y luego una expresión sufriente a lo “Grito” de Munch.
Cuando estaban todos por caer en asfixia, uno de los historiadores tomó aire, y atinó a decir: “scusa, ma queste non e un príncipe vescovo, e un Papa”…e questi ceti sono medievali…mmm…e la rappresentazione del nostro eroe e un po…dissacrante.”
A lo que la señora-gris agregó: “i colori dello scenario sono troppo forti…potrebbero essere piu..grigi?”
Viendo por dónde venía la desesperación de los pobres historiadores (representaciones desacralizantes, colores “poco grises” o “demasiado latinoamericanos”, príncipes que se parecen al Papa) usé el recurso de la tecnicidad: “Por supuesto –les dije en la lengua esa extraña que hablo- estas son representaciones provisorias, son ustedes –los expertos- quienes deben decirnos cómo representar los personajes…por ahora evalúen el estilo del diseño, la gráfica, el movimiento…” Y así, creo que logré confundirlos.
Luego de muchas horas de aburrimiento y diálogo imposible, la reunión afortunadamente terminó. Yo salí y me paré en la puerta, bajo la lluvia, desconcertada, con una sensación de desapropiación: de no ser dueña de la lengua, de los mapas, de los héroes, de las representaciones, de los escenarios…

Y me quedé un buen rato ahí parada, tan lejos de mi tierra, de mis personajes, de mi trabajo, del mundo donde me muevo “como pez en el agua”, tratando de entender si yo era demasiado colorida para ese lugar gris, o ese lugar era demasiado gris para mí.


1 comentario:

Alessio dijo...

Zapo de otro pozo. Simplemente la historia de lo que tienen el coraje de probar nuevas rutas. Es muy dificil sentirse Zapo de otro pozo cuando nunca se ha cambiado pozo. Tambien es una richeza no crees? Ser Zapo de otro pozo te ayuda a entender cual es tu pozo.